Hace unos días asistí como testigo, o más bien debería decir víctima en un cierto modo, a una situación que me gustaría comentar aquí porque puede que mueva a más de uno a la reflexión; y a mí, además de a lo mismo, a una especie de desahogo. Paso a contarlo.
Entré en una cafetería acompañada de mi marido y de mi madre, esperando pasar un rato agradable. En una mesa cercana, se reunían lo que podríamos considerar un grupo compuesto por unas diez personas en las que estaban representadas tres generaciones. La más longeva (vamos a llamarla la de los abuelos por lo que esta historia cuenta) estaría alrededor de los sesenta años y constituía la mayoría del grupo (en edad y en número); la intermedia era la compuesta por los padres y madres (no se me vayan o ofender los grupos feministas), que estarían entre los 30 o 40 como máximo; y por último la más joven, representada por una única niña de unos 3 años. Curiosamente, el grupo más minoritario (la niña) era la que más espacio auditivo ocupaba, y paso a explicarlo.
Cuando estábamos allí todos alegremente reunidos, la niña, por alguna razón que quizá ella y alguien más conozca, comenzó a llorar de forma claramente audible y sumamente molesta. No, no creáis que soy una persona a quien no le gustan los niños; nada más lejos de la realidad; por el contrario, me gustan y les he dedicado mucho tiempo y amor; y quizá por eso mismo me permito hacer esta reflexión. En muchas ocasiones los niños lloran pues es su medio de expresión cuando no pueden exponer con claridad lo que les ocurre y bien las emociones, bien el dolor es lo que les lleva al llanto. Sé de sobra lo que es un niño llorando y soy muy comprensiva con ello. Otra cosa es el llanto que surge como "rabieta" clara y desmedida; ese tipo de llanto se nota con mucha facilidad, pero los niños hacen uso de él como arma manipuladora para conseguir aquello que desean; y yo creo que en este caso, la niña lo que demandaba de forma ostensible era que se le prestara atención.
Ante mi sorpresa, comprobé que ningún miembro del grupo hacía el más mínimo caso del llanto de la niña; con lo cual la pequeña, que pese a su corta edad no parece que fuera nada tonta, redobló sus esfuerzos por captar la atención. La conversación que manteníamos los que allí estábamos era bastante difícil, pues los gritos de la nena hacían imposible cualquier comunicación excepto la de dirigir nuestras miradas y oídos hacia ella. El caso es que a pesar de eso, la mesa provocadora del alboroto parecía poder mantener su reunión como si nada pasara, e incluso algo peor, parecían enorgullecerse de la tenacidad de la pequeña y aulladora niña.
Mis ojos empezaron a mostrar mi enfado. Creo que empezaron a salir chispas por ellos. Sin embargo, lo único que vi en aquellas personas fue sonrisas complacientes que venían a decir: "Ay, qué niña más mona y simpática, ¿verdad?" Y el caso es que yo no podía estar de acuerdo con aquella valoración. Mis chispas aumentaron su brillo cuando vi a la que parecía ser su madre dirigiéndose a alguien que por fin intentaba algo al respecto y diciendo a la vez que miraba al vacío: "Dejadla, no le hagáis caso." ¿Os imaginaís que pasó? Pues sí, la niña redobló aún más sus esfuerzos por llamar la atención.
Ante aquella situación realmente desagradable, por fin la que parecía su abuela, la tomó en brazos, con esa sonrisa complaciente que venía a decir: "¡Qué linda que es mi niña!" Y se acercó a nuestra mesa mostrando orgullosa al origen de todo aquel revuelo. Y allí, puesta justo en nuestra mesa, soltó esta bonita frase al tiempo que sonreía de manera complaciente a la pequeña: "Es que va a ser cantante".
Aquello fue demasiado para mí. Mis ojos ya lanzaban rayos que la niña supo distinguir muy bien puesto que calló de inmediato, y hasta diría que las lagrimas que aún corrían por sus mejillas se secaron al instante probablemente por causa del fuego que yo irradiaba. Mirando a la abuela y a la niña, les dije que aquellas no eran formas de comportarse. Entonces la abuela empezó a dar pasitos para atrás y manteniendo, eso sí, su mueca de sonrisa, dijo: "Es que hoy en día los niños son así". Y ahí, sí que ya no pude más y fijando la mirada en ella le aclaré: "¡Y así nos va, señora! ¡Así va el mundo como va, si nos empeñamos en no educar a nuestros niños y reírle las gracias!"
Quiero dejar claras las cosas. Muchas veces los niños necesitan ser atendidos y otras necesitan y deben de ser corregidos e instruidos. Creo que cuando un niño llora, hay que averiguar el motivo. Si ya sabemos de las artes que utiliza el chiquitín, debemos enseñarle a no hacerlo y no caer en los dos errores tan comunes que se dan hoy en día: el de los que se enorgullecen de la supuesta bravura y tenacidad de sus pequeños, así como la dejadez de los que sencillamente se limitan a mostrar indiferencia. Creo yo, que entre esos dos pasos tan cómodos, existe uno que demanda esfuerzo y tiempo; ese paso se llama: educar. ¿Qué estamos creando para el futuro? ¿Psicópatas manipuladores o seres humanos respetuosos y creativos?
La educación exige esfuerzo y un grado de autoridad, que nada tiene que ver con el autoritarismo. Pero hay que enseñar y aprender que los límites existen para todos... ¡también para los niños!