Cuando escucho los maullidos de mis gatas, me pregunto si el lenguaje no
habrá nacido como una exigencia de algo. Las gatitas suelen estar muy
silenciosas hasta que desean algo con todas sus fuerzas, y es entonces
cuando maúllan, y a veces de forma muy insistente.
¿Sucedería lo mismo con el lenguaje humano? ¿Nacería para mostrar al mundo las necesidades que requerían respuesta?
Bien pudiera ser así, pero indiscutiblemente, el lenguaje se fue complicando más y más, y llegó a desarrollarse hasta límites muy amplios e interesantes. Así se convirtió en un instrumento que permitía múltiples niveles de comunicación: desde la manifestación de necesidades, hasta la declaración de sentimientos, e incluso se llegó a hacer arte del mismo como prueba, por ejemplo, la poesía.
Expresar con palabras aquello que nos sucede, aquello que nos gusta, lo que sentimos, lo que pensamos, lo que creemos, es algo muy positivo. Pero deberíamos darnos cuenta de algo muy importante, y es de que todos no podemos o debemos hablar al mismo tiempo, pues de hacerlo, la conversación se embarulla de tal forma que no conseguimos entendernos, ¿verdad? ¿O es que quizá el problema está en que muchos no quieren entenderse sino sencillamente declarar aquello que desean proclamar con vehemencia? Y eso nos conduce al título de este artículo: la escucha.
Sí, solemos pasar por alto la necesidad de escuchar. Ya no sólo de permanecer en silencio, bien sea por educación, desinterés o cobardía; sino escuchar, es decir, poner atención a aquello que otro está expresando. ¿Esto se hace normalmente? Que se hace es algo que creo posible; que esto se realiza normalmente, eso ya parece más difícil de creer. Para prueba no hay más que ver cualquier debate televisivo en el que la mayoría tiene verdaderos problemas para esperar su turno de palabra. También, me suelo fijar en los entrevistadores que están tan pendientes de la siguiente pregunta que tienen que hacer que ni miran al entrevistado, y mucho menos lo escuchan, llegando a preguntarles cuestiones que ellos mismos acaban de responder adelantándose a lo que el periodista iba a preguntarles en buena lógica.
Parece que nos gusta mucho hablar, pero ¿nos gusta igualmente escuchar? ¿Mostramos el mismo interés en relatar nuestros asuntos que en lo que otros nos puedan contar?
La comunicación es un camino de doble dirección, pero me da la impresión de que cada vez se está convirtiendo más y más en unidireccional. Las redes sociales están llenas de anuncios personales que no parecen esperar respuesta; se contabilizan cientos y miles de supuestos amigos de los que nada parece interesar sino que estén ahí para recibir las noticias. Me pregunto si no habrá un cierto narcisismo en esta práctica tan extendida.
Escuchar no es sólo oír. Escuchar es poner atención. ¿Estás dispuesto a desarrollar esta valiosa y respetuosa técnica? Creo que no sería una mala idea hacerlo, y saber mantener el equilibrio entre la palabra y la escucha. Como casi siempre, en el camino del medio parece encontrarse la sabiduría.
Parece que nos gusta mucho hablar, pero ¿nos gusta igualmente escuchar? ¿Mostramos el mismo interés en relatar nuestros asuntos que en lo que otros nos puedan contar?
La comunicación es un camino de doble dirección, pero me da la impresión de que cada vez se está convirtiendo más y más en unidireccional. Las redes sociales están llenas de anuncios personales que no parecen esperar respuesta; se contabilizan cientos y miles de supuestos amigos de los que nada parece interesar sino que estén ahí para recibir las noticias. Me pregunto si no habrá un cierto narcisismo en esta práctica tan extendida.
Escuchar no es sólo oír. Escuchar es poner atención. ¿Estás dispuesto a desarrollar esta valiosa y respetuosa técnica? Creo que no sería una mala idea hacerlo, y saber mantener el equilibrio entre la palabra y la escucha. Como casi siempre, en el camino del medio parece encontrarse la sabiduría.