Helen Keller |
Con demasiada frecuencia no somos conscientes de las muchas ventajas que podemos disfrutar, y así, de vez en cuando aparecen ante nosotros ejemplos de aquellos que sí supieron valorar dichas ventajas, precisamente por no tenerlas. Helen Keller es un personaje que desde niña cautivó mi atención. Imagino que su nombre y sus circunstancias son bien conocidas, pero como no todos accedemos a la mismas fuentes, bien pudiera suceder que alguien desconociera su historia.
Nació en Estados Unidos en 1880, y aunque a su nacimiento no le sucediera absolutamente nada anormal, antes de cumplir los dos primeros años de su vida sufrió una grave enfermedad que la convirtió en ciega y sorda, y por tanto, al no poder oír los sonidos ni ver el movimiento de los labios, también se hizo muda. ¿Alguien puede imaginar lo que debe de ser vivir recluído en uno mismo sin ninguna conexión con el exterior excepto el tacto? ¿En qué se manifestaban sus pensamientos al no poder ni ofrecerles imágenes ni palabras?
A los siete años su mundo dio otro vuelco inesperado. Sus padres contrataron a una profesora para su hija, Anne Sullivan, una mujer que también había sufrido graves problemas visuales aunque sometida a diversas intervenciones no llegó a la ceguera absoluta. Anne fue un maravilloso regalo para Helen. Fue ella quien con mucho trabajo consiguió establecer comunicación con la niña y logró que aprendiera a comunicarse a través de signos formados con sus dedos, a leer palabras, a escibirlas y poco a poco incluso a pronunciarlas. Pero el gran desafío consistía en que la niña entendiera claramente los conceptos, que comprendiera el verdadero significado de las palabras, su contenido, las ideas abstractas que guardaban aquellos símbolos en un principio totalmente carentes de significado para Helen.
Entender ese significado fue el motor de arranque para toda su posterior evolución, hasta el año 1968 en que murió. Aquí está uno de sus textos en que describe ella misma ese momento milagroso en el que se despertó su entendimiento:
"Anne Mansfield Sullivan, mi maestra desde hacía un mes, me había enseñado los nombres de varios objetos valiéndose del siguiente procedimiento: los colocaba en mi mano, deletreaba los nombres sobre sus dedos y me ayudaba a formar las letras. Sin embargo, yo no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Ni siquiera pensaba. De esta experiencia sólo conservo la memoria táctil de mis dedos, que hacían los movimientos y cambiaban de una posición a otra. Un día me dio una copa y deletreó la palabra correspondiente. Luego vació líquido en la copa y formó las letras que componen la palabra “agua”. En mi perplejidad y confusión persistí en deletrear agua por copa, y viceversa, hasta encolerizarme porque la Señorita Sullivan continuase repitiendo las mismas palabras una y otra vez. Por fin, en su desesperación, me condujo a la caseta cubierta de hiedra donde estaba la bomba de agua, y me hizo sostener la copa debajo del chorro mientras con una mano bombeaba y con la otra deletreaba enfáticamente la palabra agua. Quedé inmóvil, con todo el cuerpo en atención al movimiento de sus dedos y sintiendo el frío del agua que se derramaba sobre mis manos. ¡De pronto sentí una extraña agitación interior, algo semejante a la nebulosa de una conciencia. Tuve también la sensación de un recuerdo atávico, como si resucitara después de haber estado muerta! Comprendí que con la actividad de sus dedos mi maestra estaba tratando de hacerme comprender el significado de esa cosa helada que se precipitaba entre mis manos, y que por medio de signos me sería posible comunicarme con los otros. En ese inolvidable y maravilloso día se atropellaron dentro de mí variados pensamientos que parecían iniciarse en mi cerebro y extenderse luego por todo mi ser. Identifico esta experiencia con mi despertar mental y con algo que tuvo mucho de revelación, porque en seguida di muestras, en muchos y muy diversos aspectos, de haber cambiado por completo. Quise aprender el nombre de cada objeto que tocaba, y antes del anochecer ya había incorporado treinta palabras a mi repertorio. La nada había sido borrada…, me sentía gozosa y fuerte, ¡con ánimo para hacer frente a mis limitaciones!"
Anne Sullivan
Emanuel Swedenborg |
Este texto está extraído de su libro Luz en mi oscuridad, en el que no sólo relata sus experiencias sino que se sumerge en el mundo místico y religioso a través del conocimiento que tuvo de los escritos de Emanuel Swedenborg, científico y pensador del siglo XVIII. Me gustaría compartir con vosotros otro extracto de esta libro en el que habla del mundo místico en el que cree, con el encanto de alguien que puede sumergirse muy bien en la certeza de que en el mundo hay mucho más que aquello que podemos ver, oir o tocar. Aquí os dejo el texto para vuestra consideración:
"Siempre que repaso mi existencia llego a la conclusión de que mis obligaciones más sagradas son con aquellos que jamás he visto; que mis intimidades más preciosas, las de la mente, y mis amigos más serviciales son los del espíritu. No puedo concebir la vida sin religión, como no podría imaginar un cuerpo viviente que no tuviera corazón. El mundo espiritual no ofrece dificultad para el sordo y ciego, porque casi todas las cosas del mundo natural son tan remotas a mis sentidos como las cosas espirituales son a la mente de la mayoría de la gente".
¡Gracias, Helen, por tu ejemplo!