Desde hace tiempo, vengo observando el uso y abuso del lenguaje para justificar ciertos comportamientos que, a mi modo de ver, no son del todo acertados. Uno de esos abusos del lenguaje se viene obrando sobre la llamada libertad de expresión. Por supuesto que resulta de todo punto aceptable que tengamos libertad para expresar aquello que consideramos debe de ser escuchado; pero desgraciadamente, en muchas ocasiones, quienes dicen tener el derecho para ejercer esta libertad parecen no valorar adecuadamente en qué consiste y así no son pocas las veces en que más que ejercer el legítimo derecho a expresarse libremente se autoadjudica uno mismo la libertad de acción, uniendo ambos conceptos. Expresar es decir; actuar es hacer, y ambos conceptos muchas veces al ser unidos caen en la más grande de las injusticias, provocando daños y altercados que no deberían crearse.
¿Cuántas veces manifestaciones legítimamente convocadas y desarrolladas terminan en una batalla campal entre unos y otros? Todos se creen con derecho no sólo a decir sino a actuar y por tanto impedir que otro ejerza su también lícito derecho a decir.. lo contrario.
Me parece que a veces traspasamos los límites y prostituimos un noble ejercicio de la palabra en una batalla que lo único que busca es gritar y pelear, más que decir, escuchar, reconocer y trabajar para un entendimiento.
Y es que parece que demasiadas personas se han acosltumbrado a saltar todo límite que consideran abusivo cuando se trata de aquello que desean alcanzar pero que defienden a ultranza si alguien pretende saltar los que creen pertenecerles por derecho. Digamos que en esto suele haber una muy diferente vara de medir según quién la utilice en cada momento.
Sí, a veces hacemos un uso poco mesurado de las cosas. Por ejemplo, ¿quién no ha oído -o quizá dicho- aquello de "es que yo soy muy sincero y se lo digo a la cara lo que tenga que decirle"? Bueno, yo creo que decir todo lo que uno piensa y soltarlo independientemente del daño que pueda causar me parece como mínimo una imprudencia y como máximo una falta de compasión con el otro. Así, sinceramente, uno podría decirle a otro: "¡Qué horroroso eres!" Pero, ¿es necesario ser tan sincero? Además, una cosa es ser sincero y otra muy distinta decir la verdad porque, ¿quién nos asegura que aquello que decimos sea verdadero en vez de sencillamente ser nuestra opinión?
Con la libertad de expresión sucede algo así. Todos podemos decir lo que pensamos, pero después de meditarlo por si resulta que encontramos algún error que no habíamos valorado en nuestro discurso. También habrá que tener en cuenta que no somos los únicos que tenemos derecho a expresarnos, pues el universo es muy extenso y ese derecho lo deben de compartir todos sus habitantes. Y por último, no confundir la expresión con la acción; y así como no resulta muy acertado agredir con la palabra ya que se puede decir lo mismo de una forma más mesurada, no debe de agredirse con la acción violenta como con demasiada frecuencia parece utilizarse en sustitución de esa tan deseada expresión.